24/06/2011

"Toche" en el circuito de los Annapurnas

«Dado el desnivel, en unos valles era otoño y en otros primavera al mismo tiempo». José Ramón Sáenz López 'Toche' cree que su pasión por la escalada y la montaña pudo comenzar cuando apenas levantaba un palmo del suelo y ya se subía a todas las piedras y rocas del entorno de Nieva de Cameros, municipio del que desciende pese haber nacido en Logroño.

A sus 69 primaveras, este amante empedernido de la montaña y de los deportes en general (lo mismo practica ciclismo o remo que escalada en hielo o espeleología) no se arredra por nada y en noviembre partirá hacia el campo base del Everest, situado a 5.300 metros de altura.

No será la primera vez que ande por esos lares, ni por parecidas latitudes. En el 2007 -año 2064 en la zona- recorrió junto a un par de amigos la ruta de los Annapurnas, en Nepal, el circuito de trekking que discurre a la mayor altitud del planeta. La senda arranca a unos 760 metros de altura y corona los 5.500. De este modo, la aventura no está exenta de dificultad. «A veces había que ir trepando a cuatro patas, pero lo compensaban imágenes preciosas como la de la cumbre del Machapuchare, con forma de cola de pez».

La ruta la enmarcan cifras increíbles -como que consta de 350 kilómetros a través de un país en el que se hablan 160 dialectos-; pero también experiencias fantásticas e irrepetibles, como las que les sucedieron a lo largo de los 26 días de caminata.

«El circuito está compuesto por decenas de picos y poblado por cientos de aldeas, cada una con sus peculiaridades», explica. Así, al pasar de valle a valle «no sabías si era primavera u otoño». Alguna idea daban los cultivos. «En función de la altitud de cada terreno y de su orientación, en algunos lugares se estaba cultivando arroz mientras que en otros se recogía, y en algunas áreas los frutales estaban en flor y en otras la fruta ya estaba madura», señala. Lo que resultaba uniforme en cada estrato del camino era «la hospitalidad de los nepalíes». «La gente era muy receptiva, pese a la vida tan dura que llevaban en las aldeas, donde aún se labra con arados de madera y el almacenar leña en los tejados de las casas constituye un símbolo de poder social». No en vano, destaca que Nepal se autodenomina 'el país de la sonrisa'. «La gente enseguida te decía 'námaste' (expresión de saludo) y movía la cabeza con un sonrisa y las manos juntas», recuerda como imagen omnipresente de este viaje.

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