Que Asier Izagirre (38 años) es el primo de Edurne Pasaban (sus abuelos son hermanos) y se ha convertido en su inseparable escudero en los últimos años lo sabe casi todo el mundo. Sin embargo, muy poco más se conoce de este tolosarra de 38 años, extrovertido y siempre alegre, que ha hecho un paréntesis en su pasión por la escalada en roca para ayudar a acabar los catorce ochomiles a la que también es su amiga desde que a los catorce años le enseñó a escalar.
Un loco del parapente (siempre se lleva una cometa a los campos base), tampoco oculta su gusto por la escalada en solitario y su anhelo por hollar algún día el mítico Cerro Torre, porque los ochomiles los aparcará en cuanto Edurne concluya su proyecto. Un proyecto, según confiesa su prima, que ha llegado hasta aquí gracias a él. “Después de los malos momentos que pasé con mi depresión, él fue el impulsor de que siguiese adelante. Sin él, sin su ánimo, su apoyo y su compañía, no hubiese seguido con los catorce”.
-¿Cómo surge su colaboración con Edurne en los ochomiles?
-Edurne y yo llevábamos escalando juntos desde los 14 años, metido en un club de montaña. Después de hacer varias salidas a Alpes yo ya hice una primera expedición al Himalaya en 1992 y luego se creo un grupo majo en el club que por fin planteó hacer un ochomil, en 1998. Esa fue la primera expedición de Edurne al Dhaulagiri.
-¿Entonces tú también estuviste allí?
-Yo iba a estar. Pero justo un mes antes tuve un accidente laboral en el que me rompí dos vértebras y tuve una pequeña fractura en el cráneo así que me perdí la expedición. A partir de ahí es cuando Edurne enfila su camino hacia el Himalaya y yo no me reengancharía con ella hasta 2006.
-Desde 1998 hasta 2006 pasan ocho años. ¿Cómo te convertiste en compañero de cordada de su prima?
-Yo me considero más escalador de roca y no me llaman tanto los ochomiles, por eso ella siguió su camino y yo el mío, escalando más en Alpes o Sudamérica, sobre todo Patagonia. Hasta que en 2006 Edurne decide crear un equipo fijo de escaladores que le ayuden a terminar los catorce y me lo propone y yo le digo que sí, aunque primero tengo que ver cómo me comporto en altitud, porque es una experiencia que entonces no tenía. En 2006 voy con ella al Broad Peak, veo que ando bien en altitud y así entro en su equipo.
-¿Cómo fueron esos principios en los que tú le enseñaste a escalar a Edurne?
-Todo empezó cuando unos amigos del club organizamos un cursillo de escalada y se apuntaron diez chicas. Una de ellas era Edurne, que entonces tenía 14 años, uno menos que yo. Pero resulta que entonces ni nos conocíamos ni sabía que éramos primos porque nuestras familias habían perdido el contacto por viejas rencillas familiares. Así que ése fue el momento en el que nos conocimos. A raíz de ese cursillo hubo muy buen rollo entre todos y al final se convirtió en un pequeño grupo de escalada que salíamos todos los fines de semana, primero por casa y luego, a partir de los 18 o 19 años, también por Alpes y la Patagonia.
-¿Ese parentesco, cuando las cosas se ponen duras, como pasó en el Kangchenjunga, te hace más difícil mantener la sangre fía a la hora de tomar decisiones?
-Quieras que no, siempre tienes esa pequeña carga de responsabilidad, tanto por la relación con ella como por sus padres, con los que tengo una relación también muy directa. Así que a veces le digo a Edurne en broma cuando hace algo “ya veras, ya verás como se lo cuente a tus padres”. Pero tampoco es algo que haga obligado, sino un sentimiento que tienes ahí, que te surge. Por eso, bajando del ‘Kangchen’ le decía “tú aquí no te mueres, antes de mato yo a palos intentado bajarte”. Es lo bueno de tener esa confianza, que en un momento dado puedes decirle barbaridades y no pasa nada porque lo va a entender perfectamente y sabe que lo haces por ella.
-Hay un refrán que dice que donde hay confianza da asco...
-La relación que tenemos Edurne y yo, y ya lo he dicho alguna vez, es muy especial. Mira, cuando tienes tantas horas de recorrido juntos lo normal es que salten chispas en algún momento, sin embargo, yo no recuerdo ni una sola vez que hayamos discutido o nos hayamos enfadado. Al final, la relación que tenemos es de una amistad y un respeto muy profundo. Como se suele decir, si a una relación entre un chico y una chica le quitas le tensión sexual, se convierten en los mejores amigos, de una confianza plena el uno en el otro, y ése es nuestro caso. Como suelo decir yo, una relación de novios sin derecho a roce.
-Te molesta ser ‘el primo de...’
Asier ríe...
-Noooo, que va, para nada. Aquí, en los campos base, yo le suelo vacilar mucho a Edurne cuando viene alguien y le digo, “oye, ya le has dicho a éste o a ésta que soy el primo de...” así que yo mismo utilizo ese mote. No me importa nada porque la gente que me conoce ya sabe cómo soy y eso es lo importante.
-A Edurne se le critica mucho que va con un equipo que le hace todo el trabajo.
-Yo creo que la gente está muy equivocada con esa concepción de que el himalayismo se hace entre dos amigos que se vienen al Shisha Pangma y lo suben como si fuera el Txindoki. Y las cosas no han cambiado tanto como cuando empezó el himalayismo hace 40 años, cuando venían expediciones muy potentes con muchos sherpas. Ahora viene mucha gente a un monte, hace su trabajito y punto. Y eso es un error, porque o se convierte en un trabajo global entre todas las expediciones o un gigante como un ‘ochomil’ es imposible subirlo, salvo cuatro fueras de serie. Entonces, la gente que la critica dice que a Edurne le hacen el trabajo, pero es un trabajo global, de todos. Por no hablar de los que critican eso y luego llegan a campo base, se agarran a la cuerda que hemos puesto lo demás, como ha pasado ahora en el Annapurna, y tiran hasta arriba.
-Después de ver lo sucedido en el Annapurna ¿Se está perdiendo en concepto de la solidaridad en las montañas?
-Sin duda. Esto enlaza con lo que te decía antes. Hace años, venía una expedición de mucha gente que se curraba la montaña. Luego, atacaban la cima sólo uno o dos, pero la sensación de éxito era global, de todos. Ahora no. Ahora van todos juntos a cumbre pero no son un equipo. Cada uno va a lo suyo y depende sólo de sí mismo. Y eso es lo que pasó en el Annapurna. Y luego pasa lo que pasa. Que a la hora de la verdad falta compañerismo, la gente no espera y, como digo yo, el último maricón. Cuando nos enteramos de que iban casi veinte personas para cumbre a la vez le dije a Alex, ‘aquí va a haber movida. Van a tirar todos para arriba hasta la cumbre pero en la bajada va a haber movida’. Y desgraciadamente es lo que pasó y desgraciadamente Tolo se quedó allí. La gente va a por un reto exclusivamente personal y no está para trabajar en equipo y menos con solidaridad.
-¿Se ha perdido el respeto a los ochomiles?
-Yo creo que sí. Oyes a la gente hablar de ir a un ochomil y alucinas. Tú llevas un mes en el campo base aclimatando y preparando la ruta y quince días más tarde llega un grupo y se apuntan a tu ataque a cumbre porque ven que eres un equipo fuerte y se ven seguros. Y dices “¡ostras!, pero si esta gente no sabe donde se está metiendo”. Técnicamente hay mucha gente bien preparada y los materiales han evolucionado mucho, pero les falta el respeto a la altura y a l
o que puede suceder ahí arriba. Y luego esa falta de respeto se paga.
- Siempre dices que eres más escalador de roca que de ochomiles.
-Sí sí, sin duda. Yo de siempre me considero ‘bloquero’, desde que con 12 o 14 años me escapaba de la ikastola para ir a robar mosquetones a los camiones, que por entonces los utilizaban para sujetar las cartolas. Mi mundo ha sido siempre la escalada y todos los fines de semana me dedicaba a ello.
-Creo que tu otra pasión es el parapente.
-Sí, es verdad. Lo practico también desde pequeño. Por eso guardo un recuerdo muy especial cuando subí al Aconcagua con 18 años y me lancé casi desde la cumbre. Pero siempre he tirado más a hacer pura roca, ‘big wall’ en chile, Patagonia o Yosemite, que altitud.
-¿Como escalador en roca tienes alguna espina clavada, una asignatura pendiente?
-Si, desde luego. El Cerro Torre. Es un mito para los escaladores. Un año tuve la oportunidad de ir, porque la verdad es que no es fácil encontrar un compañero para hacer esa montaña, pero por la muerte de un familiar, las víspera de salir tuvimos que suspenderlo. Así que sí que es mi espina clavada. Y ya le he dicho a Edurne que en cuanto acabemos con esta historia me iré para allí. Es mi ilusión.
-¿Hay alguna escalada o vía de la que esté especialmente orgulloso?
-Hay varias que hemos abierto en Chile en la zona de Cochamó y las Torres del Brujo, varias vías de mil y pico metros que hemos abierto y a las que les tengo mucho cariño.
-¿Tienes algún compañero fijo de cordada?
-Con el que más actividad he hecho es con Juanjo Elola, un chaval de Tolosa que siempre me echa la bronca diciéndome, “jo, Asier, es que tú tienes más nivel que yo, ¿por qué no te buscas otro compañero?”. Y yo siempre le respondo que vale más el compañerismo, el buen rollo y la amistad que no ir como un machaca y acabar medio enfadados, como le pasa a mucha gente. Estresados, como digo yo.
-Te ves haciendo más ochomiles cuando acabe Edurne?
-No. No, no. Para nada. Ya he dicho más de una vez que no. Espero terminar los catorce con Edurne. Luego, ella quiere volver al Everest para hacerlo sin oxígeno y aunque en un principio yo decía que no, después del Kangchenjunga, que mide 8.600, y de las buenas sensaciones que tuve allí arriba, la verdad es que sí me apetece ese reto. Pero después del Everest me dedicaré a hacer roca, intentaré encontrar un compañero para hacer el Cerro Torre, que es uno de mis sueños, y luego a intentar disfrutar de mis amigos y escalar por Euskadi.
-Después de descubrir que funcionas bien en altura ¿No te llama ninguna gran pared de un ochomil?
-La verdad es que sí. No te voy a mentir. Cuando estuvimos en el ‘Kangchen’ yo le decía a Edurne “mira, mira, en esa pared hay un piolet de oro de escándalo”. Me refería a la cara sur del Yalung Kang, uno de sus ochomiles secundarios. La verdad es que después de la experiencia que tenemos y de lo que ya sabemos me gustaría intentar una pared de éstas, un ‘big wall’, aunque son palabras mayores que ya veremos después del Everest. Pero sí que me gustaría hacer algo así. Siempre he dicho que me gustaría compaginar la experiencia que tengo en roca y en paredes grandes con la altura de un ochomil. Lo que pasa es que, bueno, tampoco es que haya mucha gente que se meta en eso y es algo muy serio. Pero sí que me pica hacer una pared así, bloquera, a gran altitud.
-¿Hay algún alpinista que para ti sea una referencia?
-Valery Babanov. He leído sus artículos y visto sus actividades y me gusta mucho. Y no muchos más. Lo que te pasa a veces es que luego tienes la oportunidad de conocerle en persona, de coincidir con él en un campo base y lo desmitificas. Dices “pero si este tío es como yo”. Y lees sus realizaciones y te das cuenta que no estás tan lejos de ellos, que es cuestión de experiencia y de tener la oportunidad de hacerlo.
-Babanov suele escalar mucho en solitario. ¿Le gusta el ‘solo’?
-Sí, sí. Por ahí los tiros. Cuando estoy en casa, una de las cosas que más me gustan, además de ir con los amigos a escalar, es hacerlo en solitario. Es de lo que más me llena. Un reto personal que yo mismo me pongo, hacer una vía solo, una cascada solo o una norte en solitario, y que proporciona una gran satisfacción personal. Creo que es un ejercicio muy importante de disciplina, saber que estás solo allí metido, sin un compañero de confianza que te va a sacar si te pasa algo. Y además te ayuda mucho para luego, cuando vas con gente, porque si yo he sido capaz de salir solo cuando vas acompañado estás más tranquilo y vas más centrado en los demás. Sí, la escalada en solitario me gusta mucho.
-¿Qué significa la montaña para ti?
-Sobre todo, amistad. Es importante porque me ha dado amigos. Mis amigos. Amigo es una palabra muy importante para mí. Y confianza, es saber que si me pasa algo voy a tener una persona cerca que me va a ayudar. Pero la montaña también es pasión, y ahora mismo mi forma de vida. La montaña te da otra perspectiva de la vida, de afrontar las cosas. Porque te da muchas cosas buenas, pero también malas, como amigos que pierdes. Y todo eso te hace ver la vida rutinaria de otra forma. Problemas importantes para muchos en la ciudad, como el crédito o no llegar a fin de mes, la montaña, lo que vives allí arriba, te hacen comprender que no lo son tanto. Que lo importante es la vida y la muerte, la amistad o la solidaridad.