27/03/2011

Labraza, superada por la fama


Entrada a la casa del Obispo, en plena muralla.
Imaginen un pequeño pueblo del interior donde durante décadas su aislamiento le ha condenado al olvido. Donde la vida va despacio y raramente se alteran la tranquilidad que rezuman sus calles y casas. De pronto, en apenas un año, su nombre está en boca de todos y cientos de turistas recorren en tropel escarpadas carreteras para conocer y escudriñar cada rincón.
Esta visión es la historia real de Labraza, la villa fortificada riojano alavesa más pequeña del País Vasco. Hasta hace bien poco una joya escondida y ahora un referente turístico cuyo esplendor medieval nadie se quiere perder. El detonante del éxito, el premio que en junio concedió el Círculo Internacional de Ciudades Amuralladas, asociación que agrupa a doscientas ciudades de treinta países. Un galardón que reconoció el esfuerzo de los vecinos para conservar su muralla histórica, levantada en la última década del siglo XII, y plasmado en el plan director redactadopara su restauración por Arabarri, la sociedad foral encargada de gestionar el patrimonio cultural edificado.
La alegría inundó entonces a los 115 vecinos. La euforia se tradujo en la organización, entre octubre y diciembre, de visitas teatralizadas gratuitas que promocionaron su patrimonio arquitectónico: casas integradas en la muralla, cuatro torreones, un alcázar, callejas imposibles e impolutas, pasos de ronda, túneles secretos, portones, arcos de piedra, bodegas subterráneas, almenas, troneras, saeteras y matacanes. Varios meses después, se debaten entre el entusiasmo por el 'boom' turístico y el desconcierto por el ingente número de visitas. Los fines de semana y días festivos se han contabilizado más de trescientos visitantes. Cifra nada desdeñable para un pueblo que cuenta con un único negocio, el bar, cuya apertura se adapta a los horarios de los vecinos.
El bar, a tope
«Hasta ahora no venía casi nadie. Al no estar cerca de la nacional y no pillar de paso, el que venía lo hacía expresamente», introduce la presidenta de la Junta Administrativa, Begoña Martínez de Olcoz, para a continuación reconocer que el premio «ha supuesto un antes y un después». A pesar de que desde el próximo sábado y durante abril y mayo se retomarán las visitas teatralizadas, tienen previsto cobrar 3 euros a todos los interesados y será gratis para los menores de doce años. «Habrá recorridos los sábados por la tarde y los domingos a mediodía. Lo hacen para evitar la presencia de tanta gente porque a veces era complicado conducir grupos tan numerosos», anuncia Begoña. «No hay infraestructuras suficientes».
Y si no que se lo pregunten a Jesús Martínez de Garayalde, natural de Deusto y que desde hace casi cinco años regenta la taberna. «Los fines de semana estamos cuatro para atender y no damos abasto, está hasta los topes. Vienen de Vitoria, Bilbao, Navarra, de Guipúzcoa y hasta de San Juan de Luz», añade mientras Begoña apunta que «casi ni podemos entrar a tomar el vermú».
Por eso, ven con buenos ojos la anunciada inversión desde Arabarri para acondicionar un aparcamiento extramuros «para casi una treintena de coches y dos autobuses, además de adecuar algún otro camino para dejar los vehículos». Actuación que vendrá de perlas a los propios vecinos «porque queremos que estas mejoras no sean sólo para los turistas, también para nosotros. Hay que cuidar a la gente que vivimos aquí», proclaman. «Son los vecinos los que se han preocupado de mantener y cuidar la muralla».
Opinión más que respaldada por José Antonio Álvarez de Eulate. Natural de Oion, en 1986 adquirió la conocida como casa del Obispo, que perteneció a su tatarabuelo, e inició su rehabilitación. «Nos encanta esto, aunque hay poca vida social. En cuanto sale el sol nos juntamos», sonríe antes de asegurar que «las instituciones deben ayudarnos más a los vecinos». «Nuestra vida cotidiana no ha cambiado, hacemos lo de siempre», dice Begoña. «Hasta la tarde no hay más ambiente, los niños llegan del cole, desde Oion, y la gente de su trabajo en localidades cercanas, nos juntamos en el parque un rato y algunos mayores echan la partida, todo muy normalito», relata. El fin de semana «es otro Labraza, da hasta corte sacudir la alfombra, pero el ambiente es fenomenal. Los lunes vuelve la normalidad», añade su hermana Pilar.
Guía improvisado
La parada es obligatoria en la casa de Urbano Requibatiz, poeta local, alcalde en los sesenta y conocedor profundo de su pueblo. Pese a sus 80 años no tiene reparos en ejercer de improvisado guía. Gracias a él, uno puede ascender los 84 escalones de la torre de la iglesia de San Miguel, edificada en 1769 y disfrutar de un paisaje salpicado de viñedos y enmarcado por los montes. Una breve parada en la calle de la Concepción para mostrar un retablo de 1522 continúa con el vislumbre, en la calle Carretera Vieja, de las viviendas que lucen el letrero de 'accesorio'. «Tras las guerras, cuando la gente hizo sus casas en las murallas, se llamaron así porque eran los accesos al interior», desvela. Incansable, sigue el camino hasta la fuente del Moro, del siglo XIV, que permitía conducir el agua hasta el castillo por un pasadizo subterráneo, y no se olvida de mostrar una de las antiguas neveras donde se almacenaba la nieve para su posterior comercialización.
Un trago de vino dulce pone buen sabor de boca al pausado trayecto y a la despedida encantada de Urbano. «La gente viene a ver todo con prisas y sin tiempo para apreciar todo lo que tenemos y así no lo disfrutan», lamenta.